Quiero comenzar este recuerdo de Julio Cotler, uno de los más grandes e influyentes intelectuales peruanos, trayendo a estas páginas una de sus preocupaciones iniciales sobre la sociedad peruana, que articularon mucho de su obra y de sus reflexiones hasta el final; un rasgo que traba nuestras posibilidades de consolidar la democracia y de solidificarnos como nación: la fragmentación o su incapacidad de superar tendencias a la disgregación. Ese fue uno de los temas más fuertes de su obra y de sus reflexiones sobre el contexto político.
Es el tema de uno de sus más notables y tempranos textos, «La mecánica de la dominación y el cambio social en el Perú», un texto de 1967. Para mí es uno de sus mejores trabajos porque levanta una trama de análisis desde lo profundo de la sociedad rural hacia el país en su conjunto y las esferas de poder nacionales, lo que permite que el texto siga vigente a pesar de las transformaciones introducidas por la reforma agraria y la eliminación del latifundio.
Esta vigencia, a diferencia de lo que sucede con otros estudios de esos años, se asienta en el hecho de que su análisis, y eso es una constante en los trabajos de Julio Cotler, busca responder no preguntas específicas o puntuales, sino las grandes preguntas sobre el Perú su futuro.
Su análisis rompe con el indigenismo (incluso el de sus maestros en etnología de San Marcos) y con el romanticismo a la hora de considerar a los campesinos indígenas. Sin perder su empatía con ellos, sin dejar de indignarse por su sufrimiento y su humillación, analiza la sociedad rural como fragmentada, parte de una sociedad nacional sólo integrada por hilos o líneas de poder que impiden la construcción de solidaridades.
La fragmentación nacional de base étnica se reproduce como herencia colonial. Cotler identifica una fragmentación horizontal, entre los indígenas y entre los mestizos, que termina siendo la forma como se reproduce al interior del país una estructura económica de dominancia exportadora, dependiente, que no genera solidaridades e identificación ni siquiera en las propias élites que, a su interior, compiten y se enfrentan por acceder y controlar pedazos de poder. En uno de sus últimos estudios se refiere a la élite empresarial nacional, compuesta por familias con mucho poder, que no apuestan por su articulación en organizaciones: las organizaciones empresariales tendrían menos poder que sus integrantes.
La imagen del “triángulo sin base”, felizmente imaginada por Julio Cotler y propuesta en la «Mecánica de la dominación», es la imagen de una sociedad sin solidaridades en la que todos buscan por sus propios medios, individualmente, vincularse a los sujetos más cercanos con acceso a recursos de poder (dominio del castellano, capacidad de elegir, posibilidad de acceder a algún cargo local, control de recursos productivos…). De manera absolutamente pionera, en 1967, en el Perú racista, con intelectuales y políticos que eventualmente buscaban proteger a los indígenas, pero no reconocerlos en igualdad de derechos y capacidad de ejercerlos, Julio se dio cuenta de que ninguno de los partidos «modernos», ni el APRA, ni Acción Popular, ni la Democracia Cristiana, exigió el voto de los analfabetos y más bien sus aparatos nacionales incorporaban estos pequeños vértices de poder local. Incluso los portadores de modernidad se adaptaban a la exclusión.
El recorrido de Julio Cotler por la sociedad rural para comprender los mecanismos nacionales de dominación y reconocer sus rasgos profundos, creo que es uno de los aportes metodológicos más importantes de su obra: la exigencia de mirar desde dentro, desde lo más profundo; diseccionar el país y encontrar sus trabas, sus profundas limitaciones; aquello que es indigesto, que preferimos no mirar. De ahí su habitual pesimismo y sus comentarios descamados, sin concesiones.
La fragmentación social, política, territorial que veía en el país, llevó a Julio Cotler a discutir no sólo interpretaciones, teorías, análisis, sino también la política cotidiana. ¿Cómo quieren impulsar la descentralización en un país que nunca logró integrarse? Nos preguntaba a los descentra listas, y aún le debemos una respuesta…
He comenzado estas líneas evocando uno de sus textos iniciales, el que personalmente más me gusta, pero hay dos rasgos más de su manera de ser que quiero resaltar. El primero, que su preocupación no fue sólo por los libros y las teorías en ciencias sociales (aunque era un extraordinario lector, siempre al día y siempre tenía a mano una sugerencia bibliográfica nueva y útil a lo que una venía trabajando), sino por el análisis de coyuntura y del comportamiento de los actores políticos vistos desde su profunda convicción democrática y su profunda capacidad crítica. Para esta lectura permanente y crítica del espacio público, Julio impulsaba la realización en el IEP, su casa, de las Mesas Verdes de coyuntura, reuniendo políticos, académicos y periodistas, en las que era infaltable y donde todos los asistentes esperaban oír su palabra y él se nutría escuchando a los demás. Política y academia, en Julio, siempre fluyeron juntas y eso marcó una línea práctica en el IEP.
El segundo rasgo es su generosidad intelectual. Este hombre, invitado de universidades de todo el mundo, reconocido internacionalmente, que generaba una primera plana cuando aceptaba una entrevista política en un periódico, dejaba siempre su puerta abierta para que todos y todas entráramos a hablar, a preguntarle su opinión, a comentar la coyuntura o pedirle sugerencias y críticas para una investigación en curso. La anécdota personal que evoco al recordar este rasgo suyo fue la primera vez que hablé con él. Era el I Congreso Nacional de Historia en 1984 y yo (investigadora joven y un poco asustada), vi después de mi ponencia acercarse a Julio Cotler y hablarme con interés sobre el tema, hacerme sugerencias (siempre alguna bibliografía) y animarme a seguir adelante, con una horizontalidad impresionante. Como la mía, su generosidad tocó muchas vidas.
He hablado de su mirada dura, descarnada, sin concesiones, sobre el país y sobre la política y sus actores. Pero no puedo dejar de mencionar cómo lo vi derramar lágrimas, cuando en una reunión Carlos lván Degregori nos narraba casos terribles que había recogido para el Informe de la Comisión de la Verdad. Julio Cotler comprendía, amaba y también sufría el país.
Fue uno de los grandes personajes contemporáneos del Perú, de los más grandes que recuerdo. Su legado nos deja una valla muy alta y seremos mejores científicos sociales y mejores analistas y mejores peruanos si lo tenemos siempre a la vista.