[CRÍTICA Y DEBATES] Quechua y política, por Yerel Vásquez

La presente columna fue escrita el 6 de setiembre del 2021

 

 

La exposición del primer ministro Guido Bellido para solicitar el voto de confianza ante el Congreso nos dejó dos postales políticas muy significativas: el saludo en quechua y aimara, así como el inédito chacchado de hoja de coca durante el debate en pleno. La relevancia de estos hechos se encuentra en cómo se desenvolvieron los actores políticos en cuanto a acción, discurso e imaginario.

El voto de confianza es el mecanismo por el cual el Legislativo expresa su respaldo a la política general del Gobierno y a la conformación del gabinete ministerial del Ejecutivo. En el contexto actual, el otorgamiento de la confianza tuvo que producirse en medio de una abierta confrontación entre ambos poderes del Estado, así como en una polarización ideológica izquierda-derecha. De esta forma, en los hechos, la estrategia para el logro de la confianza congresal tuvo que considerar como conveniente la superposición del debate a dicho conflicto apelando a un eje aglutinador distinto frente a los partidos no alineados con Fuerza Popular, Renovación Popular y Avanza País.

Allí radicó la importancia del imaginario construido por Bellido, su gabinete y la bancada oficialista (Perú Libre y Juntos por el Perú) sobre el mundo provinciano-andino-no oficial. El recurso a dos lenguas originarias y las practicas ancestrales andinas despertaron un rechazo por parte de los grupos opositores principalmente limeños que se expresó inmediatamente a través de vociferaciones que exigían hablar en castellano, pero también en interpretaciones posteriores de dichas acciones como “actos de provocación y división entre los peruanos”. Inclusive, una de las figuras más importantes de la oposición, el almirante en retiro Jorge Montoya, señaló erróneamente ante la prensa nacional que “el idioma oficial del Perú es el castellano”. A este tipo de interpretaciones le siguieron aquellas que señalaban que el quechua es una lengua oficial en los territorios en los que predomina, y que, por tanto, no correspondía hablarlo en el Congreso por estar ubicado en Lima Metropolitana, obviando que esta institución política es la llamada a encarnar los intereses y representatividades del pueblo peruano en toda la extensión de su territorio.

Esta serie de hechos pudieron haber activado una identidad regional en los opositores, como se expresó en la intervención del congresista Edras Medina, de Renovación Popular, quien criticó cierto “divisionismo” al hacer uso de una de las variantes del quechua en desmedro de las otras variantes, pero también en los congresistas no alineados como Edwin Martínez de Acción Popular (Arequipa) y Freddy Díaz de Alianza para el Progreso (Pasco), quienes en sus respectivas intervenciones adelantaron un voto favorable al gabinete, sin que medie una discusión previa al voto efectivo con sus respectivas bancadas para reforzar el vínculo con el Ejecutivo en sus regiones. Por ende, podemos señalar que dicha identidad provinciana permitió, en cierta medida, una conexión con el discurso y planteamientos generales del primer ministro, no necesariamente en relación con su aceptación automática, sino en cuanto a entendimiento y evaluación real costo-beneficio, que finalmente redundó en la confianza depositada por el voto mayoritario de las bancadas de Acción Popular, Somos Perú, Alianza para el Progreso y Podemos Perú.

No podemos afirmar que esta identidad regional, que sirvió como un instrumento de cohesión y comunicación con otras bancadas dentro del juego político del voto de confianza, haya sido una estrategia premeditada conscientemente desde el Gobierno para ser ejecutada orgánica y devotamente por todos sus agentes políticos (primer ministro, gabinete y congresistas). Sin embargo, es innegable que este elemento también tiene un rol central en la cohesión de la propia élite que acompaña a Castillo, es decir, aquel conjunto de profesionales, políticos y funcionarios de confianza del presidente que ocupan importantes cargos tanto en el Ejecutivo como en el Legislativo cuya procedencia e identidad es provinciana, quechuahablante e indígena, con fuertes lazos de compadrazgo, familiaridad e intercambio de favores[i]. Esta serie de características propias de la élite emergente en el marco del nuevo gobierno es fundamental para determinar las posibilidades del diálogo que pueda entablar con otros actores y organizaciones políticas que no se ubiquen necesariamente dentro del entramado de las izquierdas peruanas.

En este punto, también es importante resaltar que este tipo de élites provinciano-regionales no lograron acceder al Gobierno nacional durante las últimas décadas. Por lo tanto, se trata de una experiencia inédita que implica necesariamente un complejo proceso de aprendizaje y adecuación, en el que será fundamental la capacidad del Gobierno para tender puentes con otras élites regionales, así como para llegar a un entendimiento con una parte de la clase política tradicional que aún trata de aferrarse a las posiciones de poder que ha construido a lo largo de los años.

 

[i] El Comercio. (2021). “Héctor Béjar sobre altos cargos en el gobierno: Por lo menos un 50% son familiares de Pedro Castillo o cuadros de Perú Libre”. Disponible en: https://elcomercio.pe/politica/hector-bejar-sobre-altos-cargos-en-el-gobierno-por-lo-menos-un-50-son-familiares-de-pedro-castillo-o-cuadros-de-peru-libre-consejo-de-ministros-guido-bellido-pcm-nndc-noticia/ (última consulta: 05/09/21).