Lee la columna escrita por nuestra investigadora principal, Roxana Barrantes, para Juego de Caigua► https://bit.ly/43eguIy
Los estudiantes, siempre haciendo preguntas que dejan pensando.
Es el último día de clases del primer semestre enteramente presencial tras la pandemia. Luego de la revisión del curso como preparación para el examen final, un joven levanta la mano para intervenir. Imagino que se trata de algún tema que quedó por aclarar, pero no. Su pregunta requiere una profunda reflexión antes de poder ser respondida: “Profesora, ¿qué es lo que le gusta de ser economista?”.
Creo que la pregunta no surgió de la nada. En algún momento durante el semestre, buscando explicar la necesidad de que visiten el Perú y traten de conocerlo ahora que tienen tiempo (pero no dinero, es cierto), les comenté que, si tuviera que elegir ahora, probablemente habría estudiado Geografía.
Ya con casi 40 años en esta profesión, me tiene que gustar porque, si no, ya hubiera cambiado de área de dedicación laboral. Entonces, ¿se trata solamente que de gustos y colores, no han escrito los autores? Quizá. Pero también hay razonamiento y hoy les comparto mi respuesta.
La teoría económica te da un marco de análisis sencillo: cómo satisfacer necesidades, que pueden ser ilimitadas, con recursos escasos. Las maneras de resolver este dilema se organizan alrededor de dos objetivos: eficiencia y equidad. La eficiencia concierne al tamaño de la torta sin importar quién se la come. La equidad aborda la cuestión de cómo repartir la torta. En las escuelas de Economía se suele enfatizar el objetivo de eficiencia, lo que resulta razonable frente a la infinidad de necesidades básicas insatisfechas de muchas personas: es necesario crecer para poder atenderlas. El objetivo de equidad suele postergarse porque, además, nos obliga a pensar en los temas del poder político y la importancia de llegar a acuerdos como colectividad para repartir esa torta. Ante cualquier asunto que busques resolver, puedes recurrir a estos dos objetivos y examinar cuál combinación de mercado y Estado lo atiende.
A este marco básico se le agregan varias maneras de abordar los temas y de buscar analizarlos. Para citar algunas, estas perspectivas pueden ser identificadas al responder a algunas preguntas: ¿tengo toda la información necesaria para tomar una decisión? Si no, me enfrento a un problema de información asimétrica. ¿Me alcanza el dinero? Si no me alcanza, ¿me puedo endeudar? Se abre todo el panorama financiero. ¿Qué efectos tendrá mi decisión sobre la calidad del aire? Y comenzamos a mirar los temas ambientales y cómo los humanos nos relacionamos con nuestro entorno natural. ¿Tomaré la misma decisión sea que estoy en una ciudad o en el campo? El lugar donde vives te coloca oportunidades y restricciones distintas. Y así podríamos seguir, y cada pregunta atendería a un campo de la Economía sobre el cual hay especialistas y para el cual podemos encontrar largas y detalladas agendas de investigación. Dicho en sencillo: ¡nunca te aburres!
La Economía como disciplina usa a las matemáticas como lenguaje. De ahí que muchos quienes, como yo, no le tenemos miedo a las matemáticas y a la vez nos gustan las letras elegimos Economía en su oportunidad. Este asunto es de doble filo, sin embargo, y no debería llevar a nadie a concluir que el camino de la combinación entre matemáticas y letras está en la Economía. Porque las matemáticas son un lenguaje que nos ayuda a ordenar nuestros pensamientos y, en esa medida, es útil en cualquier disciplina de letras.
Me gusta haber estudiado Economía, pero, sobre todo, dedicarme a la enseñanza. En resumen, me gusta más trabajar como profesora.
La pregunta de un alumno ha venido a confirmarlo.