Lee la columna escrita por nuestro investigador principal, Raúl Asensio, para el Diario el Comercio ► https://bit.ly/45StRj6
Poco antes de la entrega del informe final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR), un colega extranjero me confesó que no pensaba que fueran a lograrlo. No creía que, en un país tan dividido, pudiera culminar con éxito una tarea tan desafiante. Sin embargo, los comisionados lo lograron. Con no poca incertidumbre, los miles de páginas del informe estuvieron listas el día de la entrega.
La CVRfue el intento más serio para comprender las raíces del conflicto armado interno. Algunos tomos son mejores que otros, pero es un informe repleto de información, balanceado y acucioso. Cuando se concluyó, parecía que por fin contábamos con una herramienta para avanzar hacia la reconciliación.
Dos décadas después, soy menos optimista. Según una encuesta publicada esta semana por el IEP, solo un 38% de los peruanos conoce la CVR. Esta cifra es especialmente baja en el nivel socioeconómico D/E: solo el 28%. Peor aún, la mayoría de quienes conocen la CVRla valoran negativamente: 42% frente al 23% con opinión positiva. El apoyo crece entre los más jóvenes (46%), pero es casi idéntico entre quienes se consideran de izquierda (25%) y derecha (27%).
¿Qué explica estas cifras? Sin duda, un factor clave son los ataques que desde el principio recibió el informe. Pero esto ocurrió en casi todos los países donde hubo comisiones similares. Mi impresión es que hay algo más, algo que ocurrió en los años posteriores a la entrega del informe y que fue un error estratégico de quienes creemos en la importancia del recuerdo y la rendición de cuentas: la importación acrítica de “intervenciones de memoria” ideadas en el cono sur, pensadas para situaciones posconflicto donde el principal y casi único perpetrador era el Estado.
El caso peruano es excepcional en América Latina. La CVRdemostró que, aunque las FF.AA. cometieron múltiples crímenes, el principal perpetrador fue un partido político convertido en grupo terrorista. Sin embargo, en lugar de preguntarnos qué significa y cómo se recuerda un conflicto cuyo mayor perpetrador no es el Estado, en los años posteriores a la CVR optamos por repetir prácticas desarrolladas en esos países, pensadas para interpelar al Estado y exigirle una rendición de cuentas por sus crímenes: museos públicos de memoria, reparaciones a cargo del Estado, etcétera.
Esta focalización casi exclusiva en la responsabilidad posconflicto del Estado facilitó los ataques de los enemigos de la CVRy llevó a que parte de la población viera los trabajos de memoria como un esfuerzo sesgado. A pesar de que en el informe dice claramente que el principal perpetrador era Sendero Luminoso, se extendió la idea de que era un informe parcializado y se perdió la oportunidad de convertirlo en eje de una narrativa de reconciliación.
¿Pudo ser de otra manera? No lo sé. Era muy difícil, ya que no existen precedentes latinoamericanos de trabajos de memoria para situaciones posconflicto en los que el principal perpetrador no es el Estado. Hubiéramos tenido que empezar desde cero. Sea como fuere, el caso es que se dejó pasar la oportunidad de generar un modelo peruano de memoria, diferente del cono sur. Quizás este sea un factor por el que, dos décadas después, tan pocos peruanos valoran la labor de la CVR.