[COLUMNA] «Los costos de vivir en una sociedad desconfiada», por Roxana Barrantes

Lee la columna escrita por nuestra investigadora principal, Roxana Barrantes, para Juego de Caigüa  ► https://bit.ly/3KGe0Mo

Un viejo recuerdo acecha cada vez que debo hacer un trámite en mi patria.

Corría el año 2010 y el jefe del departamento de Economía de la PUCP —donde trabajo hoy— me dio la información sobre el concurso de promoción docente. Ya había acumulado el número de años requeridos como profesora asociada y era elegible para ser promovida a profesora principal, uno de los sueños de quienes nos dedicamos a la vida académica.

Una de sus preguntas fue: “¿Ya tienes tu título de doctora reconocido en el Perú?”. Pues resulta que no lo tenía. Me quedaban cuatro meses, aproximadamente, para lograr el reconocimiento de mis estudios de PhD en la querida patria y así postular ese año.

Afortunadamente, por entonces había escuchado el sabio consejo de un colega: “Pide que en el diploma del PhD  escriban tu nombre completo, como es en el Perú”. No conocía tal consejo cuando me dieron mi diploma de la maestría, donde aparece escrito un muy anglosajón “Roxana M. Barrantes”.

¿Qué sigue? Bueno: las firmas de las autoridades de la universidad deben ser certificadas por un notario público del condado donde se ubica la universidad. Esto no fue tan complicado y la misma universidad se ocupó de conseguir el documento.

Ahora viene el calvario. La firma del notario del condado debe ser certificada por el secretario de Estado. Este trámite demandaba 2 dólares y no aceptaban tarjeta de crédito. Logré enviar el cheque de 2 dólares, porque tenía que ser un cheque, y recibí en Lima toda la parte norteamericana del trámite.

Ahora viene la parte peruana: con mi documento en mano en Perú, debía lograr que el consulado del Perú en Chicago (estudié en el medio oeste o Midwest) certificase que la firma del secretario del Estado era legítima. ¿Qué tan difícil podía ser eso? Ah, los 4 dólares que debía pagar. No aceptaban transferencias de Western Union o pagos por tarjeta de crédito, y cualquier banco peruano me cobraba 100 dólares por transferir 4 dólares, ya que se trata del cargo mínimo por montos “menores”. Me pareció un exceso y me negué a pagar “la gracia”, como solía decir mi abuela cuando algo le parecía demasiado caro.

No logré que ningún peruano me prestase 4 dólares en un medio de pago aceptable por el consulado del Perú en Chicago. Recuerdo haberles preguntado por teléfono: “¿No habrá una cuenta del Banco de la Nación en Perú donde pueda depositar el equivalente al tipo de cambio?”. Negativo. Me pregunto hasta ahora si esos 4 dólares se contaban como parte de los RDR —recursos directamente recaudados— del consulado peruano en Chicago y, por lo tanto, muy importantes de mantener en una cuenta perfectamente identificable. Los RDR son recursos públicos, pero las entidades tienen cierta flexibilidad para decidir su destino.

Felizmente, al borde de la desesperanza, un gran amigo norteamericano residente en Chicago me dijo que su oficina estaba a dos cuadras del consulado y que podía ir en cualquier momento y pagar en efectivo. Eso hizo y, finalmente, recibí “los papeles” justo a tiempo.

Lectora, lector: ¿cree usted que así acabó la historia? Lamento contradecirles. Faltaba ahora la traducción oficial, por un profesional certificado por la Cancillería. Con la traducción oficial, ahora sí, podía ingresar el documento a mesa de partes de la Cancillería, pero no para que certificaran la validez de los estudios. ¡No! Sino, para certificar la firma del cónsul en Chicago, que indicaba que la firma del secretario de Estado era verídica, quien certificaba que la firma de la notaria pública del condado era tal, quien a su vez certificó que las firmas de las autoridades universitarias en el diploma correspondían a las autoridades que decían ser.

Jóvenes: eso era el pasado. Ahora la SUNEDU ha implementado procesos razonables y el reconocimiento de estudios en el exterior es menos dramático.