Lee la columna escrita por nuestro investigador principal, Antonio Zapata, para el diario La República ► https://bit.ly/3Qeb2kt
Buena parte de los análisis sobre la primera vuelta argentina tratan sobre el extremismo de derecha. Es lógico, Javier Milei ha llevado al límite un fenómeno mundial y partía como favorito, pronto veremos adaptaciones locales de su estilo. Otro punto clave de este proceso ha sido la capacidad del peronismo para recuperarse en una circunstancia muy complicada. ¿En qué basa su fortaleza política?
El peronismo es un ejemplo clásico del populismo latinoamericano; su origen lo emparenta con el PRI mexicano y con el APRA, junto a movimientos semejantes que surgieron entre los años veinte y cuarenta del siglo pasado. Por su lado, el nacionalismo acompañado por la movilización y organización de sectores populares fue su marca de fábrica. Se proponía la industrialización por sustitución de importaciones y durante unos años tuvo éxito, aunque luego cayó en crisis y fue desplazado del poder.
El perfil de estos populismos era antioligárquico y parcialmente antiimperialista. Sostenían que el imperialismo tenía dos caras, una de las cuales era positiva, porque traía capitales que Latinoamérica necesitaba con urgencia. Nunca fueron comunistas, por el contrario, ofrecieron una alternativa de izquierda nacional que redujo al mínimo a los PC.
Qué diferencia al APRA de las demás experiencias de este tipo. Por un lado, su antigüedad, Haya es el abuelo del populismo latinoamericano. En segundo lugar, el APRA se construyó desde la clandestinidad, en lucha contra dictaduras que lo habían proscrito. Mientras que la mayor parte de los populismos latinoamericanos nacieron del poder. Gracias al Estado montaron un sistema clientelista que fue fundamental para vincular a los de abajo con la maquinaria partidaria.
Ese sistema era la adaptación del Estado del Bienestar a escala latinoamericana. El Estado proveía salud y educación, infraestructura vial y cierta igualdad de oportunidades. Ese proyecto era muy costoso y entró en crisis en los 1980, habiendo sido reemplazado por el neoliberalismo que se impuso a nivel mundial después de la caída de la URSS.
En ese momento, los populismos latinoamericanos viraron al neoliberalismo y adoptaron un nuevo credo. Ese desplazamiento corresponde al segundo García en el Perú, a Salinas de Gortari en México y a Carlos Menem en Argentina. Los populistas se volvieron neoliberales y abandonaron su prédica redistributiva para alabar el mercado como conversos.
En México y Perú el camino fue sin regreso. La siguiente generación profundizó el desplazamiento a la derecha, donde no había sitio para recién llegados. Por ello, progresivamente, tanto el PRI como el APRA fueron reduciéndose en comparación con su influencia de antaño. Pero, no fue el caso del peronismo, porque los Kirchner retornaron al proyecto nacional popular de sus orígenes como fuerza política.
Ahora bien, es claro que su performance en el poder ha sido mediocre. Los peronistas de nuestros tiempos han concedido derechos y han mantenido la salud y educación públicas, que, a pesar de su deterioro relativo, siguen destacando en la región. Pero, han malogrado la economía nacional: la deuda es astronómica, la inflación está desbocada y la pobreza azota a los otrora ricos argentinos. Además, la corrupción y el clientelismo siguen tan poderosos como siempre.
No obstante, los peronistas han defendido valores propios de la modernidad, como el matrimonio igualitario y los derechos de la mujer, incluyendo el aborto. Mientras que, Milei, el candidato de la extrema derecha, ha desarrollado una intensa campaña antiderechos, anunciando que su eventual gobierno autorizará a los hombres a renunciar a la paternidad y prohibirá el aborto.
En ese contexto, un sector significativo de las mujeres argentinas ha votado prescindiendo de la crisis económica, priorizando derechos y valores amenazados por el paleolítico libertario. Por ello, la fuerza del peronismo en este proceso proviene del voto femenino y se basa en su posicionamiento.