Lee la columna escrita por Antonio Zapata, investigador principal del IEP, para el diario La República ► https://bit.ly/3KSprAW
Hace cincuenta años no existía el problema de las drogas. Algunos estudiantes fumaban marihuana, pero la cocaína no estaba extendida y sobre todo no había mafias organizadas con peso social. Era una actividad marginal. Mientras que, en nuestros días, el asesinato del candidato Villavicencio en Ecuador muestra que las drogas están fuera de control y que la violencia e inseguridad están desmoronando al país vecino. Qué ha ocurrido. ¿Cómo las drogas se han vuelto una cuestión central en Latinoamérica de hoy? ¿Es posible hacer algo desde el Perú?
El punto de partida fue el crecimiento significativo del consumo de cocaína en Estados Unidos en la primera parte de los 1980. Se fumaba crack, una cocaína degradada. Desde hacía varias décadas las drogas eran ilegales, pero no había tanto control, precisamente porque hasta entonces habían sido un asunto menor.
En ese momento, el presidente Ronald Reagan declaró la guerra contra las drogas. Era la reacción moralista tan firme y permanente en la tradición conservadora norteamericana. Las normas aprobadas consideraban a las drogas como amenaza a la seguridad de EE.UU; una orientación que llevó a la militarización y al enfoque del tema como problema externo. Con ello, el Gobierno estadounidense obviaba que inmediatamente antes su sociedad tenía índices altos de consumo de heroína y era constante su adicción al alcohol y tabaco. Desde Reagan en adelante, EE.UU asumió que la clave era controlar sus fronteras y evitar la penetración del mal.
Esa orientación era una utopía anticapitalista. Sorprende en un admirador del neoliberalismo y personaje clave en el triunfo del capitalismo sobre el comunismo soviético. Pero el mundo está lleno de paradojas y Reagan quiso evitar la formación de un mercado prohibiendo que la oferta llegue al consumidor. Es imposible. En el capitalismo, si hay un mercado hay una oferta. Lo único que Reagan consiguió fue encarecer las drogas y volverlas un negocio muy lucrativo para las mafias. El negocio más rentable de los últimos cincuenta años. La nueva piratería.
Además, EE.UU ya tenía mala experiencia con la ilegalización del alcohol. Durante la prohibición, crecieron los Al Capone en todas las ciudades norteamericanas. No bajó el consumo, sino que el crimen organizado tomó control del poder local. EE.UU solo resolvió el problema cuando devolvió la legalidad al alcohol. A pesar de esta experiencia, Reagan reiteró la estrategia prohibicionista, extendiéndola a escala mundial. La consecuencia en Latinoamérica fue tremenda. En ese momento, las mafias de Cali y Medellín tuvieron su momentáneo apogeo global.
Décadas después, el negocio se ha extendido en forma considerable. El consumo es elevado tanto en EE.UU, como en Europa Occidental y se ha extendido también en Latinoamérica. Asimismo, hay países productores, como nosotros, y países intermediarios, como Ecuador. Aprovechando que carece de moneda propia, las mafias han tomado Ecuador como plataforma. Buena parte de los servicios, que consisten en blanqueo, ocurren en estos paraísos del dólar sin regulación de agencias norteamericanas.
Ahora, las mafias son fundamentalmente mexicanas y se hallan en guerra constante entre ellas. Otra regularidad es la lucha brutal entre bandas y su incapacidad para repartirse los mercados. La consecuencia es la violencia, todos contra todos. El Estado impotente y penetrado por todos los poros. Nadie se salva y el negocio es gigantesco. Una montaña de dinero sucio. Tanto que salta a la sociedad e inunda las calles alimentadas por una juventud con elevado desempleo y falta de opciones.
Bien haríamos en aceptar que la guerra iniciada por Reagan está perdida, el consumo no puede ser evitado. Mejor es despenalizar las drogas y reducir el poder del crimen organizado. El problema no es la adicción, sino las mafias que generan violencia y corrupción en América Latina. Después de ellas, el colapso.