Las cifras de aprobación de la presidenta se han mantenido relativamente estables (bajas, pero estables) durante muchos meses. La encuesta del IEP de este mes muestra una disminución estadísticamente significativa entre la aprobación en marzo (8%) y en mayo (5%), registrando el punto más bajo de todo su gobierno.
Al analizar qué factores pueden explicar esta bajada encontramos que, más allá de algunas variables sociodemográficas, hay dos cuestiones que explican estas cifras: la percepción de la corrupción en el gobierno y la percepción sobre la situación económica. La mitad de los encuestados piensa que este gobierno terminará siendo más corrupto que los anteriores. La mayoría también cree que su situación económica personal y la del país está peor que hace doce meses. Noticias sobre corrupción en un país donde siete de cada diez encuestados nos dicen que “no les alcanza”, resulta ofensivo.
Es un panorama complicado, no solo para la presidenta sino para todos nosotros. La aprobación presidencial en democracias débiles y poco institucionalizadas como la nuestra es un factor que explica la adhesión a la democracia y la satisfacción con la forma en que funciona. A nadie le hace bien tener un líder poco querido por la ciudadanía, menos aún si pensamos en las próximas elecciones, porque no hay liderazgos democráticos en mente. La gente esperará cambios y serán los líderes radicales o autoritarios quienes los ofrecerán demagógicamente, cambios que nunca son tales y empezaremos nuevamente el ciclo ilusión/desilusión que caracteriza nuestra relación con la política.