Lee la columna escrita por Martín Tanaka, investigador prinicpal del IEP, en el diario El Comercio ► https://bit.ly/49itHnW
Una novedad relativa que vivimos en la región es la mayor vocería e importancia electoral de actores ubicados en los extremos del espectro político; el debilitamiento de las opciones de centro, una cierta polarización que llega incluso a legitimar actores que desafían abiertamente lo que podríamos considerar una mínima lealtad con principios y prácticas democráticas, como la descalificación de los adversarios, el cuestionamiento a las reglas y principios elementales de convivencia, el respeto a mínimas reglas de juego institucionales, persiguiendo ganancias de cortísimo plazo.
El problema es cuál es la posición que adoptan izquierdas y derechas democráticas frente al crecimiento de posturas extremistas. En el mundo de la izquierda, sectores radicales minimizan acciones de gobiernos abiertamente autoritarios como los de Cuba, Venezuela o Nicaragua; o desaciertos mayúsculos, acciones abiertamente corruptas, arbitrarias y graves retrocesos institucionales en el gobierno de Pedro Castillo, por no mencionar su final intento de golpe de Estado. En nombre de enfrentar las amenazas de la derecha, se suelen pasar por alto cuestiones que terminan afectando la posibilidad de un juego democrático. La tentación de seguir a líderes con cierto arrastre popular que levantan algunas reivindicaciones populares ha sido grande, frente a la ausencia de mejores opciones políticamente viables. Pero eso ha hecho que principios democráticos en la izquierda hayan quedado en la sombra frente a prácticas personalistas, autoritarias y demagógicas, expresadas en liderazgos como los de Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador o Pedro Castillo en nuestro país.
Algo similar se podría decir de las derechas latinoamericanas. En Chile, por ejemplo, se discute sobre qué posición debería adoptar la derecha más tradicional, la de Renovación Nacional y la UDI, expresada en el liderazgo de Evelyn Matthei, frente a la emergencia de una derecha radical como la del Partido Republicano y la figura de José Antonio Kast. En Argentina, la derecha más tradicional se expresó en la candidatura de Patricia Bullrich, quien perdió el pase a la segunda vuelta frente a Javier Milei, de un partido libertario. Las nuevas derechas extremistas acusan a las derechas tradicionales de timoratas e inconsecuentes, de ser parte del ‘establishment’ que debe ser destruido. Al enfrentarse a los adversarios tradicionales de izquierda, las derechas tradicionales caen en la tentación de seguir a los liderazgos extremistas, pero con el costo de quedar subsumidas y subordinadas frente a posturas que ponen en riesgo la convivencia democrática. En nuestro país, a lo largo del nuevo siglo, la derecha tendió a asumir posturas más liberales en lo económico y en lo valorativo, pero en los últimos años tiende a tener un rostro más bien populista y conservador, especialmente después de la aparición de Rafael López Aliaga, y este cambio se expresa bien en la pérdida de norte político por parte del fujimorismo en los últimos tiempos.
Podría decirse que, en ocasiones, por qué no, pactar con adversarios ideológicos, pero dentro de los márgenes democráticos, puede resultar más consecuente. No es fácil y puede tener consecuencias electorales negativas en el corto plazo. En México, por ejemplo, frente a conductas autoritarias en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, un sector de la izquierda optó igual por apoyarlo, mientras que otro eligió construir un gran frente opositor, que incluye a sus antiguos adversarios: el PRI y el PAN. Esa coalición corre el riesgo de encarnar típicamente el ‘establishment’ histórico que dio lugar a la aparición de López Obrador y, para ser creíble, requiere una importante renovación de liderazgos, discursos y propuestas.
En nuestro país, en cuanto a alternativas electorales, el escenario aparece tremendamente fragmentado y sin referentes claros. Esto, que es una debilidad y un problema, podría convertirse en una posibilidad, si es que se apuesta por construir grandes coaliciones de centroizquierda y de centroderecha. La realización de elecciones primarias podría ayudar a avanzar en ese sentido, pero este mecanismo está siendo amenazado precisamente por las tendencias políticas más populistas y conservadoras, de izquierda y de derecha.