Lee la columna escrita por nuestro investigador principal, Raúl Asensio, para el diario El Comercio ► https://bit.ly/48uYbT8
Todos sabemos que el Perú se encuentra en una profunda crisis. Pero la encuesta recién publicada por el Instituto de Estudios Peruanos (IEP) es especialmente significativa porque nos permite dimensionar la magnitud del pozo en el que hemos caído. Viendo los resultados, queda claro que no es algo que vaya a pasar rápidamente. Se trata de una crisis multidimensional, que puede tener profundas consecuencias para el futuro.
En primer lugar, es una crisis de legitimidad. Los peruanos estamos hartos de nuestros gobernantes. No confiamos en ellos y estamos convencidos de que abusan de su poder. Solo el 10% aprueba a la presidenta Dina Boluarte y menos aún apoyan al Congreso de la República. El 86% considera que los congresistas se extralimitan y no respetan la separación de poderes.
Nada nuevo hasta aquí. Pero la encuesta evidencia que la dimensión política no es la única. Ni siquiera, quizás, la más importante. Se trata también de una crisis económica y de supervivencia. En las décadas pasadas habíamos dejado atrás el problema del hambre. Seguía existiendo un problema grave de anemia, pero la falta de alimentos parecía cosa del pasado. El fantasma reapareció durante la pandemia. Las desastrosas medidas de contención de los primeros meses quebraron las redes de producción y distribución de alimentos, y dejaron a muchas familias sin ingresos para la canasta básica. La inflación y el débil crecimiento han hecho el resto. Según la encuesta, el 5 % de los entrevistados se quedaron sin alimentos durante los últimos tres meses, por falta de dinero u otros recursos. Esta cifra es superior a la que se registró en junio del 2022 (44 %) y marzo del 2023 (46 %).
Con estas perspectivas, no sorprende el que quizás sea el resultado más impactante de la encuesta: casi la mitad de los peruanos, el 47%, piensa en emigrar e irse a vivir fuera del Perú en los próximos años. Esta es una cifra significativamente superior a la que registró la misma pregunta en agosto del 2022 (36%). La diferencia entre los que quieren irse y los que apuestan por quedarse era entonces de 25 puntos porcentuales y ahora se ha reducido a 3. Falta poco para que sean mayoría los peruanos que quieren abandonar el país.
Peor aún: esta cifra crece entre los más jóvenes. El 60% de los entrevistados entre 18 y 24 años creen que es mejor buscarse la vida fuera. En Lima Metropolitana quienes piensan de esta manera son el 5 % y en todas las regiones suman más del 40%. Tampoco hay grandes diferencias por ideología: 54% de quienes se definen de izquierda se quieren ir, el 47% de los centristas y el 48% de los derechistas.
No se trata, por lo tanto, solo de una crisis política, de legitimidad de las instituciones o de confianza en nuestros gobernantes. Estamos ante una crisis de confianza en el propio futuro del Perú. Cuando los ciudadanos dejan de creer en la posibilidad de desarrollar su vida en su país y empiezan a pensar en huir, se inicia una espiral negativa de la que es muy difícil salir. Tenemos ejemplos cercanos: Venezuela en los últimos años, Ecuador a finales de siglo pasado, el Perú en la década de 1980. Salir de este tipo de crisis de confianza en el país es extremadamente difícil y suele ser muy doloroso, sobre todo para los sectores más desfavorecidos.
Como evidencian las cifras anteriores, esta pérdida de confianza en el futuro del Perú es transversal a todas las ideologías. Tiene que ver con el hecho de que tanto la izquierda como la derecha han fracasado estrepitosamente en los últimos años cuando les ha tocado ejercer el poder. Si el de Pedro Castillo fue el peor gobierno desde la recuperación de la democracia en el 2000, Boluarte parece haberlo superado, con su combinación de gatillo fácil, autoritarismo, retroceso conservador y captura del Estado por grupos de interés. En estas circunstancias, no resulta difícil entender a quienes quieren irse.
Muchos peruanos sienten que no importa quién gobierne: el Perú no tiene arreglo y es hora de hacer las maletas. Para los que nos quedamos, el resultado asemeja a estar sentados sobre un barril de pólvora. Las protestas han disminuido y parece que nadie tiene demasiada capacidad de convocatoria, pero todos sabemos que cualquier chispa puede detonar. Si caemos en esta espiral, corremos el riesgo de convertirnos en la próxima crisis humanitaria, en el nuevo enfermo de América. Puede que algunos sectores piensen que la situación no es tan negativa y que este es un diagnóstico exagerado. Pero viendo las cifras de la encuesta resulta difícil ser optimista.