Lee la columna escrita por Roxana Barrantes, investigadora principal del IEP, para Jugo ► https://bit.ly/3u75u3y
No es un componente de la reactivación económica, como algunos piensan: es mucho más importante
Diversos motivos me compelen hoy a reflexionar sobre en qué consiste el bono demográfico y cómo lo que puede ser un promedio a nivel nacional esconde diferencias cuando se coloca la lupa en las diferencias regionales.
Vamos en orden: teoría primero, datos después.
El bono, o dividendo, demográfico ocurre cuando en un país la proporción de personas en edad de trabajar y producir supera el 50 %. Las personas en edad de trabajar y producir, es decir, aquellas que son potencialmente activas para la economía de una sociedad, se encuentran entre los 15 y 59 años, según el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA).
Esta definición corresponde a una conceptualización que, a su vez, responde a la escala de valores del mundo occidental y desarrollado. Lo que se espera es que los niños en el mundo moderno se preparen, estudien, se dediquen al juego, a desarrollar todas las habilidades de las que son capaces, se integren a la sociedad y, cuando mayores, sean personas y agentes económicos que contribuyan con el bienestar personal y, por supuesto, el de todas y todos. De esta conceptualización provienen las normas internacionales que prohíben trabajar a los niños y que penalizan a los adultos que los obligan a hacerlo. Más adelante podríamos licuar otro jugo con los problemas que puede causar este enfoque en las zonas rurales o en comunidades que poco a poco se van integrando a la sociedad moderna, donde cada persona, casi independientemente de la edad que tenga, puede ser entendida como aportante a los procesos productivos familiares.
Pero volvamos al tema de hoy y miremos a los adultos mayores. De ellos se espera que disfruten de la vida en sus últimos años, sin presiones de producir y aportar a los ingresos familiares. Además, al establecerse una edad de retiro del mundo laboral, puedan dar espacio y lugar a nuevas generaciones de jóvenes que se integren al mercado laboral y aporten para la reproducción personal y de sus familias.
Así, el bono demográfico ocurre cuando las personas en edad de trabajar superan proporcionalmente a las personas que son dependientes de esas personas en edad laboral. ¿Qué lo causa? El bono demográfico es causado por las reducciones en la tasa de fertilidad y estas, a su vez, están asociadas a mejoras en la educación de las mujeres: los datos muestran una clara asociación negativa entre el número de hijos y los años de educación alcanzados por ellas. Junto con este efecto, cuanto menos hijos tenga una persona adulta, más recursos va a tener disponibles para poder formar, educar, enriquecer la vida de esta persona joven que está en formación.
Es posible que algunos de ustedes estén preguntándose qué pasa con las personas mayores. Lo cierto es que, en el mundo moderno, la esperanza de vida al nacer aumenta con los aumentos en el tamaño de la economía. Así, se puede argumentar que, a medida que disfrutamos del posible crecimiento económico resultado de la reducción de la tasa de fertilidad y de la mayor proporción de personas en edad de trabajar, también es cierto que aumenta el número de personas mayores dependientes porque viven más años. Entonces, ¿qué tendencia domina: la reducción de la tasa de fertilidad —que disminuye el número de niños dependientes— o el aumento de la esperanza de vida —que aumenta el número de personas mayores dependientes—? Para disfrutar del bono demográfico, debe dominar el primer efecto: la reducción de la tasa de fertilidad.
Según el INEI, al examinar los datos solamente desde 1985, resulta que estamos disfrutando del bono demográfico desde ese año, y quizá antes. En 1985, la proporción de personas en edad de trabajar fue calculada en 53,5 %. Las tendencias vigentes de reducción de la tasa de fertilidad han sobrepasado las tendencias de aumento de la esperanza de vida al nacer. El balance de estas fuerzas contrapuestas nos muestra que para el 2020, el cálculo resultaba en 62,4 % de personas en edad de trabajar sobre el total de la población. El crecimiento económico hizo su trabajo en este aspecto. Además, en términos de nuestro potencial de capital humano, este es espectacular en cantidad.
Pasemos ahora a examinar brevemente lo que esconde un promedio a través de mirar los datos regionales de esperanza de vida al nacer, que es una de las variables que nos ayuda a comprender el bono demográfico. Para el periodo 1995-2000, el INEI calculó el promedio nacional en 70 años. Este subió 7 años para el quinquenio en el que estamos (2020-2025): 77 años. Excelente resultado como marcador de desarrollo.
¿Pero qué ocurrió a nivel de nuestras regiones? Las diferencias regionales se mantuvieron tal cuales. Veamos el departamento con la menor esperanza de vida al nacer en 1995-2000: Huancavelica con 65,8. Esta posición se repite en 2020-2025, pero con 74.3 años. Sí, subió, así como se redujo la diferencia respecto al promedio nacional; ambos procesos son positivos, ciertamente. A pesar de ello, sigue siendo el departamento con la menor esperanza de vida al nacer. Esto se repite para el resto de departamentos bajo el promedio en el primer periodo: las diferencias regionales se mantienen.
Dos mensajes, entonces: tenemos el capital humano para salir adelante y tenemos la tarea de reducir las diferencias regionales, no solo en esta dimensión de la vida.