La encuesta del IEP nos muestra lo que ya sabíamos: vivimos en país donde las desigualdades de clase pesan mucho. Si bien la población comparte una sensación mayoritaria de quiebre de la vida cotidiana, la evaluación varía drásticamente de acuerdo con el nivel socioeconómico. El 54% del NSE alto considera que la cuarentena la sido llevadera. Este porcentaje disminuye a 32% en el nivel medio y se desploma al 12% en los NSE más bajos.
La misma división se percibe al analizar otra fractura clave: la cuarentena es mucho más llevadera para quienes tienen empleo dependiente que para quienes trabajan por su cuenta.
Todos evaluamos constantemente el equilibrio entre nuestra salud y muestra economía. Lo hacíamos antes de la pandemia y lo seguiremos haciendo después. Tomamos decisiones que sabemos riesgosas (subir a una combi, trabajar en una mina) porque hacemos cálculos entre riesgo percibido, costo y beneficio. Pero el peso relativo que damos a estas variables depende de nuestro colchón financiero.
Prolongar la cuarentena probablemente es la decisión acertada desde la perspectiva de la salud pública. Pero debemos ser conscientes de que es una decisión que profundizará las desigualdades en el país. Le hará la vida más difícil a los que ya la tienen difícil. Los bonos son una buena idea, pero sólo pueden ser una solución provisional.
Salud y economía no son una dicotomía. Ponerlo de esa manera es pura retórica política. Son dos facetas de la vida de las personas. El arte del buen gobierno en tiempos de pandemia debería consistir en encontrar el equilibrio entre ambas.