Lee la columna escrita por Martín Tanaka, investigador principal del IEP, en el diario El Comercio ► https://bit.ly/3RGAGAl
Como sabemos, el 6 de diciembre pasado el expresidente Alberto Fujimori fue puesto en libertad por la autoridad penitenciaria, acatando una resolución del Tribunal Constitucional, que dispone la ejecución de la sentencia del propio tribunal del 17 de marzo del 2022, “apartándose de lo señalado en la resolución de la Corte Interamericana de Derechos Humanos […] en el marco de la supervisión de las sentencias Barrios Altos y La Cantuta”. No me ocuparé aquí de los aspectos constitucionales y legales de esta decisión, que excede mis competencias. Sí quisiera plantear una reflexión sobre lo que esto significa para Fuerza Popular y el liderazgo de Keiko Fujimori.
Como es sabido, la relación política entre Alberto y Keiko Fujimori no ha sido fácil. Alberto Fujimori renunció a la presidencia en noviembre del 2000 desde Japón, dejando acéfalo a su movimiento político. Más adelante, en una decisión que luce bastante irracional, Fujimori viajó a Chile en noviembre del 2005, buscando incidir sobre la campaña electoral peruana del 2006, en la que su hija Keiko terminó siendo elegida congresista con la más alta votación. Sin embargo, fue detenido, extraditado en setiembre del 2007 (no sin antes pasar por su ignominiosa postulación al Senado japonés en julio de ese año) y sentenciado en abril del 2009 a 25 años de prisión por los casos Barrios Altos y La Cantuta. Los juicios a Alberto Fujimori y el debate sobre su legado marcaron la campaña electoral del 2011, en la que Keiko perdió en segunda vuelta por un margen estrecho ante Ollanta Humala (51,44% frente a un 48,56%). Keiko habría llegado a la conclusión, correctamente, de que no sería capaz de ganar una elección nacional por ser simplemente la hija de su padre, sin dejar de cargar la mochila de su herencia.
Fuerza Popular fue un intento por construir una organización política más institucionalizada y bajo el liderazgo de Keiko. Buscó presentarse como un partido de derecha liberal moderno y Keiko caracterizaba las decisiones tomadas por su padre en la década de los años 90 como parte de las necesidades de un contexto dejado definitivamente atrás. En este marco, si bien Keiko marcó su desacuerdo con la sentencia condenatoria de su padre, en más de una ocasión expresó que como política respetaría las decisiones del sistema de justicia. La dinámica de competencia de la campaña del 2016 y el enfrentamiento con Pedro Pablo Kuczynski, candidato con el que el fujimorismo tenía evidentes coincidencias programáticas, dejaron a Fuerza Popular a la deriva política. Tanto así que Kuczynski intentó utilizar el indulto a Alberto Fujimori como una manera de dividir a Fuerza Popular, no de ganarse su simpatía. El indulto que permitió la liberación de Alberto Fujimori se origina en esta “maquinación” de Kuczynski que, a la postre, ocasionó su caída: por ganar el favor de Kenji Fujimori y de un puñado de congresistas, se distanció de Keiko, de los sectores antifujimoristas cuyo apoyo fue clave para que llegara a la presidencia, se aisló y terminó renunciando.
Desde entonces, el indulto a Alberto Fujimori ha sido un tema complicado para el fujimorismo en general. Podría entenderse que Alberto tenga interés en salir de prisión, pero también es cierto que se trata de un expresidente, de una figura política, y que tiene en su hija a la heredera de su capital político. Después de la incómoda situación de la excarcelación del expresidente en diciembre del 2017 y de su vuelta a prisión en enero del 2019, ya para las elecciones del 2021 Keiko Fujimori sí se mostró favorable a un indulto humanitario, pero la realidad es que no lo pidió en lo formal. La reciente excarcelación ha ocurrido más por la propia iniciativa de su padre que como parte de una estrategia política más elaborada.
La pregunta ahora es, ¿ensayará Keiko un nuevo discurso respecto de la herencia política de su padre? ¿Qué nuevo perfil propondrá Fuerza Popular para las próximas elecciones?