Ricardo Cuenca, investigador principal del IEP, fue consultado por el diario la república, sobre la situación de la educación a distancia ante la llegada del covid-19 al Perú►https://bit.ly/2V7E75L
“Lamentablemente, en el asunto de las clases virtuales no estamos preparados”. Así concluía Greyssi el relato de su experiencia de 3 años como tutora de un colegio preuniversitario. Según ella, además de que no toda la población educativa cuenta con una computadora con Internet en casa, entre los que sí la tienen se necesita mucha disciplina de parte del alumnado y bastante supervisión de parte de los padres de familia. “A ambos les cuesta un montón por ello en muchos centros estudiantiles se cuenta con tutoría. La realidad es que el alumno promedio no está acostumbrado a manejarse solo aún”, agrega.
Los cuestionamientos a la educación no presencial son mayores en estos días cuando, debido a la pandemia por el coronavirus, debieron suspenderse todas las actividades académicas en el país. Peor aún cuando es probable que, al menos en este semestre, esa sea la única modalidad por la que se pueden recibir clases si no se desea perder más tiempo. Los colegios empezarán con sesiones de este tipo el lunes 6, y las universidades han sido prohibidas de empezar clases presenciales por lo menos hasta mayo, por lo que algunas ya usan varias plataformas tecnológicas para que profesores y alumnos estén virtualmente conectados desde sus casas, con no pocas quejas; sobre todo de los miembros de las universidades que recién empezarán.
Pero, ¿en qué tienen razón los estudiantes que, sin haber estudiado bajo esa modalidad, suelen expresar su desconfianza por las clases a distancia? “Fundamentalmente, creo que es el temor a algo que desconocen y no solo ellos, sino también los profesores”, responde Ricardo Cuenca, del Instituto de Estudios Peruanos. “Lamentablemente, en el país la educación virtual estuvo, y de alguna manera aún lo está, asociada a mala calidad debido a que mucha de la oferta que hubo antes de la nueva ley universitaria ofrecía una muy mala educación virtual. Esto lo hacían para abaratar costos y tener más estudiantes. Lo hacían sin materiales ni diseños educativos especializados. Todo esto generó desconfianza y terminó siendo muy injusto para las modalidades virtuales”, explica.
En este punto, cabe saber qué es lo mínimo que debe ofrecer una universidad para realizar clases virtuales. Según Cuenca, debe ser un buen diseño con buenos materiales y profesores con una mínima preparación para guiar estos procesos. “Uno de los errores más comunes es que piensen que un diseño virtual es el traslado casi automático de un diseño presencial. En lo virtual los materiales son otros, las actividades son otras, el papel del profesor es otro”, advierte.
Además, enfatiza el experto, la mayoría de universidades no estaban ni están listas para el desafío, no por falta de interés, sino que es una inversión inicial importante si se quiere hacer una buena estrategia de educación virtual; mejor si es con una plataforma adaptada a las necesidades de las instituciones, los docentes y los estudiantes.
“Los softwares libres, como el Moodle, pueden ser una opción –refiere-. Creo que aún no se ha incorporado la idea virtual de calidad en la cultura educativa, particularmente en la educación superior. Se cree que, con el correo electrónico, compartir algunos documentos en PDF o buscar material en Internet es suficiente. ¿Si es pertinente que una universidad use las herramientas de Google, como Classroom o Meet? Por supuesto. Esas u otras más. Pero insisto que como parte de un diseño educativo. No solo como traslado de las clases presenciales. Puede ser muy potente si se sabe que lo que se quiere lograr. Ninguna herramienta, por más bien que haya sido diseñada, es buena si no es útil para aquello en que se utiliza”.
“Mi experiencia en el curso virtual es bastante grata, pues los cuatro módulos cuentan con audios, videos y lecturas complementarias que profundizan en el tema”.
De esta manera resume Fiorella su experiencia con clases virtuales en un curso de extensión, aunque es posible que su satisfacción expresada sea resultado de la actitud positiva con la cual ella suele asumir los retos. Esto porque en su relato también hay algunas observaciones.
“Los que no son millennials tienen complicaciones para interactuar con la plataforma, tanto para acceder a las actividades como para resolver los exámenes en línea con un límite de tiempo. Además, la interacción con el profesor debería ser mayor, pues solo envía el contenido y a veces no recibimos feedback al concluir una actividad y/o examen”, refiere la estudiante.
Es evidente que, al hablar de educación a distancia, estamos también ante un serio desafío para los profesores; y según Ricardo Cuenca, no se trata de algo generacional, aunque claro, a algunos les es más difícil.
“Se trata de varios otros factores –advierte-. Por ejemplo, cuál es su idea de enseñar, que le exigen la institución a la que pertenece como docencia, que técnicas está más familiarizado a usar. Diría que sería, paradójicamente hablando, más fácil para aquellos que hacen sus clases de forma más tradicional con exposición en la gran parte del curso. Por eso, creo que lo que nos cuesta más es cambiar la concepción de cómo debo enseñar en un contexto virtual. Saber que es una cosa parecida a lo presencial, pero diferente. De lo contrario, debe ser muy frustrante querer actuar en la virtualidad como si fuera presencial.
En esa misma línea, el educador enfatiza, además, que sería un error creer que, por ser joven, el alumno universitario no pasa por un reto de igual magnitud. Explica que la hipótesis acerca de que ellos están más familiarizados con tecnologías, que estén más expuestos a la conectividad, no asegura que sean mejores estudiantes “virtuales”. “Además, una encuesta que trabajamos en el IEP en el año 2017 (Encuestas After Access) mostró que solo la mitad de los jóvenes usaba internet para asuntos educativos”, indica.
Finalmente, ¿cómo superar las limitaciones de acceso a Internet que pueden tener algunos alumnos? Para Cuenca, hay dos problemas ahí, y el primero es la conectividad. “El 80% de jóvenes urbanos tienen un teléfono con conexión a Internet y casi el 90% usa redes sociales. Claro que se podría usar esas herramientas. Caso distinto es en las zonas rurales, en donde ese porcentaje baja muchísimo. Solo 3 de cada 10 jóvenes tienen teléfonos inteligentes. Ahí habría que pensar en medios tradicionales como radio y televisión. Sobre eso hay mucha experiencia acumulada de la vieja teleeducación”, anota.