Cecilia Blondet, investigadora principal del IEP, fue consultada por RPP acerca de la organización de ollas comunes como respuesta de los sectores más pobres ante la crisis causada por la pandemia en nuestro país ► https://bit.ly/30UG3jR
Por: Melissa Barrenechea Arango
Nadie sabe con exactitud cuántas ollas comunes están funcionando actualmente en Lima Metropolitana. Los primeros reportes de estas organizaciones barriales comenzaron en mayo, cuando se vivía todavía una rígida cuarentena en el país para contener la pandemia del nuevo coronavirus. Y si bien la economía peruana está en pleno proceso de reactivación, las ollas comunes, como salida para paliar el hambre, todavía están ahí esperando la atención de las autoridades y sobreviviendo de la solidaridad de las personas.
Roxana Sotelo y Tarcy Gonzáles no se conocen entre sí, pero comparten una misma realidad: ambas participan activamente en la organización de ollas comunes en los asentamientos humanos donde viven.
Roxana Sotelo es una de las dirigentes del asentamiento humano Comité 68 en la 3° zona de Collique en Comas. Su olla común empezó en las primeras semanas de mayo y nos dice que no hay planes para interrumpirla: “Nosotras vamos a seguir hasta lograr nuestro comedor popular. Acá hay muchos niños y personas vulnerables que necesitan”.
En Comité 68, Roxana y otras tres mujeres comienzan a cocinar desde muy temprano. A las 5:30 a.m., inician los preparativos para entregar el desayuno a unas 40 familias. Luego de entregar el desayuno, se alistan para el almuerzo que en los últimos días ha consistido en lentejas, guiso de trigo y olluco. Al día, reparten unos 130 platos de almuerzos y desayunos.
La olla común de Comité 68 se mantiene de donaciones. El último fue de un mercado de la zona, que les ha proporcionado verduras. De sus autoridades locales, Roxana recuerda que la única vez que llegaron fue a mediados de mayo y les entregaron una olla, arroz, azúcar, planchas de leche, bolsas de agua, además de productos de limpieza y desinfección. A la fecha, no queda nada de lo que recibieron.
A casi un mes desde que terminó la cuarentena en Lima Metropolitana, Roxana dice que solo dos o tres vecinos han vuelto a trabajar, pero la gran mayoría todavía no. “Antes de la pandemia, todos los vecinos trabajaban, hacíamos nuestra faena para proyectos de agua y desagüe que no tenemos. Acá todos trabajábamos, madres solteras, ancianos que eran recicladores, pero ahora ellos no pueden salir, son personas vulnerables”, cuenta.
Pese a las carencias, Roxana se siente aliviada de que hasta el momento no haya infectados con COVID-19 en Comité 68. Las mujeres de la olla común cumplen su protocolo para evitar contagios: cocinan con mascarillas y gorritos y los comensales se desinfectan las manos y guardan el metro de distancia cuando reciben su almuerzo.
Al otro extremo de la ciudad, en el asentamiento humano Indoamérica, en Villa María del Triunfo, Tarcy González y otras seis mujeres se encargan de organizar su olla común que llaman “La Hoyadita”, que es como conocen a ese sector de la parte baja del asentamiento humano.
La olla común alimenta a unas 220 familias desde finales de mayo. “Fue idea mía por lo mismo que no teníamos dinero, tenemos niños y personas mayores y viendo la necesidad de que nuestros esposos estaban sin trabajo, hemos tenido que organizarnos entre vecinos para preparar nuestros alimentos. Hemos puesto nuestra bandera blanca. A nosotros no nos ha llegado ayuda”, nos cuenta Tarcy.
A diferencia de Comité 68, a La Hoyada de Indoamérica no se ha acercado ningún funcionario de la municipalidad de Villa María del Triunfo. Tarcy cuenta que han podido cocinar gracias a los víveres donados por una ONG y una iglesia.
Por lo pronto, Tarcy descarta que su olla común vaya a parar: “Nuestros esposos están teniendo algunos cachuelitos, pero no hay trabajo. No se ha restablecido bien el trabajo. Antes de la cuarentena, mis vecinos eran trabajadores ambulantes, vivían del día a día. A los ambulantes les están quitando sus cosas. Tenemos niños y ancianos no podemos salir para no exponerlos a ellos. Ahora todo ha cambiado”.
Roxana calcula que en la 3° zona de Collique hay entre 10 o 20 ollas comunes organizadas, mientras que Tarcy indica que en la zona de Puyusca en Villa María del Triunfo habría unas siete.
Ollas comunes como respuesta a las crisis
Cecilia Blondet, investigadora del Instituto de Estudios Peruanos (IEP), detalló que las ollas comunes han sido un recurso temporal y solidario organizado por las mujeres de los sectores más pobres ante situaciones de crisis y emergencia.
“Históricamente las esposas de obreros, mineros y campesinos cocinaron en calles y plazas mientras negociaban sus demandas en los paros, las huelgas o manifestaciones. Pero también las ollas comunes han sido de gran ayuda en los terremotos y las inundaciones o catástrofes que periódicamente asolan a las distintas regiones del Perú. Es reconocido que las tragedias ambientales y sociales afectan de manera más trágica a los sectores vulnerables y las ollas comunes son la primera forma que tienen las mujeres a la mano para alimentar a sus familias de manera inmediata”, indicó para este informe.
A diferencia de las ollas comunes, que son organizaciones espontaneas y efímeras, Blondet indica que los comedores populares fueron promovidos por distintas instituciones gubernamentales y ONGs. “[Tuvieron] el liderazgo de dirigentes incansables que han enfrentado crisis, paquetazos y violencia terrorista a lo largo de dos décadas”, contó.
Las ollas comunes en un contexto de pandemia se han activado rápidamente en lugares donde no existe un comedor popular. “Las autoridades o las instituciones caritativas tienen que llegar a los lugares más alejados, convocar a las señoras, facilitarles instrumentos básicos de cocina, alimentos y echarlas a andar. Pueden durar el tiempo necesario para aplacar el hambre que la pandemia les ha ocasionado”, manifestó la historiadora.
Asimismo, consideró que el rol del Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social (MIDIS) debe ser de coordinador entre las instituciones caritativas, empresariales y eclesiásticas con los gobiernos locales y las organizaciones vecinales para garantizar el abastecimiento de alimentos. Para la especialista, es necesario que se empadrone a las familias en condición de vulnerabilidad para que ingresen como beneficiarias de algún programa de asistencia social. “Mas allá de la emergencia actual, muchas familias van a necesitar un subsidio asistencial en adelante y por un buen tiempo”, sostuvo.
Propuesta legislativa
La congresista Tania Rodas (APP) presentó un proyecto de ley para reconocer de manera excepcional y temporal a las ollas comunes. La iniciativa legislativa permitiría que al ser reconocidas como organizaciones locales puedan ser asistidas por los gobiernos locales y el Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social (Midis).
El proyecto de ley busca que las ollas comunes sean reconocidas en la Ley 30790, Ley de los comedores populares, hasta 12 meses después de concluida la emergencia sanitaria.
“Los comedores populares están enmarcados en la ley 30790 y al estar dentro del marco de la ley reciben apoyo de los gobiernos locales, a diferencia de las ollas comunes que no están contempladas dentro de ningún marco legal. Lo que la ley promueve es que estas ollas comunes tengan ese marco legal y sean apoyadas por partes del gobierno local. Entonces, las municipalidades van a tener que adecuar su marco presupuestal para dar respuesta a estas organizaciones”, dijo Rodas para este informe.
En esa línea, la iniciativa señala que -de ser aprobado el proyecto- en un plazo no mayor de 30 días, los municipios realicen un registro de las ollas comunes organizadas durante los últimos meses, producto de la pandemia.
“Si bien están los comedores populares, se está dejando de lado a los cinturones de extrema pobreza, que no están el comedor y sí en una olla común. La sociedad civil organizada recibe donaciones, que en algunos casos el mismo gobierno local les proporciona, pero lo hacen por benevolencia. Esta ley permite tener un marco legal y que la ayuda no sea por benevolencia, sino por obligación”, indicó Rodas.
Para Blondet, el proyecto de ley en la práctica estaría convirtiendo a las ollas comunes en comedores populares. La especialista sugiere que lo importante en este momento es ampliar los programas asistenciales existentes.
“El trabajo voluntario de las mujeres populares tiene límites y funciona bien en situaciones de emergencia. Pero hoy las mujeres jóvenes, a diferencia de sus mayores que protagonizaron un movimiento social inédito, quieren tener oportunidades para trabajar y ganar dinero antes que cocinar en un comedor o para una olla común. La realidad es otra. El MIDIS tiene que proyectar nuevas estrategias de apoyo que consideren esta nueva realidad”, señaló.